lunes, 13 de diciembre de 2010

Una historia comparada de la caída, la angustia y la esperanza: ¿Existe una salida, hoy? (3 de 3)

Heidegger parte de la premisa de que la muerte es el fin, lo cual significa que asume que no hay una vida ultra terrena, ni ningún tipo de pervivencia fuera del tiempo, etcétera. Llegados a este fin, dirá, no hay nada, o más bien, con lo que nos encontramos es con la nada. Entonces, si el Dasein es capaz de asumir esto, pronto entenderá que desperdiciar la vida propia no actuando según su auténtica voluntad es algo así como un pecado (sin el sentido religioso de la palabra). En Schelling había que ser uno mismo, había que entregarse a lo particular para poder tomar conciencia moral, para saber qué era el mal y luego volver al emplazamiento natural del hombre (lo mismo que la religión nos dice, a saber, el ser humano se encuentra en el mal después de haber actuado con libertad en el jardín del Edén y ahora su tarea es volver al estado primigenio, que es el que nos lleva a la bondad y nos aleja de la maldad), que es el de la voluntad de la naturaleza –o sea, el bien. En Kierkegaard había que ser uno mismo para alejarse en alguna medida de la desesperación y así apartarse de la vida pecaminosa (el discurso de Heidegger asume en gran medida el kierkegaardiano, pero, se aleja del componente teológico). En Heidegger, en cambio, hay que ser uno mismo porque es lo único que le queda al ser humano. Kierkegaard y Schelling no vivieron en la época en la que se guillotinaban los dioses (aunque vivieron alguno de los síntomas que conducirían a la humanidad a tales menesteres), pero Heidegger sí. Entonces, ¿qué diferencia a Heidegger de sus dos interlocutores decimonónicos? Presumiblemente la pérdida de la esperanza, o al menos buena parte de ella. Resulta difícil decir si Heidegger era un desesperado en el sentido kierkegaardiano, aunque presumiblemente lo fuera, pero lo que es seguro es que era un desesperanzado. Heidegger nos dice que hay que asumir nuestra finitud y a partir de ahí intentar vivir de una forma auténtica, sin perder el tiempo viviendo según cómo se espera que vivamos (y nótese la idea de perder el tiempo: cuando perdemos el tiempo nos sentimos mal, o incluso angustiados; y todavía nos sentimos peor si perdemos el tiempo por causas ajenas a nuestra decisión, como por ejemplo cuando se retrasa el tren o tenemos que hacer cola). Ser sí mismo y vivir de forma auténtica es una respuesta al problema, pero al fin y al cabo, es una respuesta que no satisface al ser humano, pues aunque lo invita a vivir de una forma plena, no acaba con el problema de la infinitud.
Puede parecer que el discurso heideggeriano se aleja mucho de las diferentes formas de esperanza que el hombre ha ido construyendo a lo largo de la historia, y en buena medida es así, pero si escudriñamos en el pensamiento más inmediato a nuestros tiempos encontramos posturas ya del todo radicalizadas que se alejan taxativamente de cualquier tipo de esperanza. El literato norteamericano Chuck Palahniuk expresa en su obra El club de la lucha (1996) todo su resentimiento: “Tienes que saber, no temer, saber que algún día vas a morir, y hasta que no entiendas eso, eres inútil […] No eres un bonito y único copo de nieve, eres la misma materia orgánica en descomposición que todo lo demás, todos somos parte del mismo montón de estiércol” . Aquí vemos un giro respecto a la visión heideggeriana: ni siquiera la individuación sirve de nada (y con ello parece que aquella idea protestante de lo individual surgida en el humanismo medieval empieza a desmoronarse). Si bien acepta que uno debe asumir esa posibilidad de todas las posibilidades que es la muerte, no parece que ese salto a la individuación, al sí mismo, opere de forma positiva en el individuo porque en realidad es un engaño, una ficción más para poder soportar el peso de la realidad. Aquí hay que asumir todavía más que la muerte, hay que asumir que ni siquiera hay nada de especial en uno mismo (nada de particular, nada que nos distinga de lo universal). Esto produce temor y temblor, pero es algo que se escribe en nuestra época más inmediata y que quizás sea indicativo del lugar hacia el que nos dirigimos. Ahora parece que no queda ni vuelta al paraíso, ni amor, ni religión, ni la segunda familia, ni tan solo autenticidad. Los bastiones han ido cayendo uno a uno y el hombre debe tener unas tragaderas inhumanas para asumir tanto peso.
Pero, si esto es así, ¿qué le queda al ser humano? Es obvio que la respuesta está todavía por llegar. Por una parte, parece difícilmente rebatible que la angustia no va a desaparecer porque de un modo más o menos manifiesto siempre ha estado ahí (puesto que es una realidad inherente a la condición humana). Un posible camino a seguir lo encontramos en las últimas páginas de El lobo estepario de Hermann Hesse, en el que encontramos la figura de Harry Heller en una situación límite: ve a Wagner y a Brahms haciendo penitencia en una especie de purgatorio. Ante esto, Heller se pregunta por qué dos personas tan sobresalientes deben hacer penitencia, a lo cual es respondido por Mozart (que es su interlocutor durante estas últimas páginas a las que nos referimos), recordándole éste que todos tenemos que hacer penitencia debido al pecado de Adán y Eva. Ante esto Heller desespera y por ello Mozart le increpa:
Me da mucha risa tu angustia imprecisa, tu torpe sonrisa; ¡es para morirse de risa y como para hacérselo en la camisa! Veo tu lucha incruenta, con la tinta de imprenta, con tu pena violenta, y por evitarte la afrenta, aunque sea una broma tremenda, voy a hacerte de un cirio la ofrenda. ¡Vaya un galimatías que te has armado; te sientes en ridículo, desgraciado, y estás en evidencia y condenado y ante tus propios ojos menospreciado! No sabes lo que hacer ni qué emprender.
Lo que Hesse –ahora en boca de Mozart- dice aquí es que a esta angustia no se puede escapar; pero fíjese el lector que a Mozart le provoca “risa” el intento desesperado de Heller por salirse de ella. Claro que ésta es la situación de todo ser humano: no sabemos qué hacer ante la situación angustiosa; no sabemos bien qué es, aunque sabemos que está ahí. No obstante, lo prometido es deuda y también la necesidad de dar una salida al conflicto que nos atañe, así que volvamos a Hesse. El literato alemán abre un camino que no lleva a la redención, ni a una vida ultra terrena, ni a una creencia escatológica, ni a una segunda oportunidad en el seno del drama de la historia familiar. Otra vez en boca de Mozart (que al ser un espíritu ya inmortal, tiene el don de ver el mundo y la vida desde la otra orilla) leemos:
Sea usted razonable por una vez. Usted ha de acostumbrarse a la vida y ha de aprender a reír . Ha de escuchar la maldita música de la radio de este mundo y venerar al espíritu que lleva dentro y reírse de la demás murga. Listo, otra cosa no se le exige.
Una receta humana a una enfermedad mortal, o sea, humana, aunque causada por lo eterno y lo divino . Sencilla y poco pretenciosa, quizás sí, pero ¿acaso no es la angustia (entre otras muchas cosas) un fenómeno físico?, y ¿no es menos cierto que cuanta más alegría hay en uno, más alejada queda la angustia? Solo cuando uno se toma la vida lo suficientemente en serio le sobreviene la angustia. Está claro que el hombre no puede vivir siempre con sentido del humor (y en eso no está de más darle la razón a Heidegger, puesto que los estados de ánimo nos sobrevienen y en ningún caso podemos decidir según nuestra conveniencia), pero sí puede tener una buena disposición a vivir con la alegría de su parte. Esto no significa tampoco que deba uno obviar la angustia ni tampoco el abismo, sino asumirlos como una parte de nuestra vida, aunque sin obsesionarse con ello. Al fin y al cabo risa, alegría y felicidad son tres términos muy relacionados, y si volvemos al inicio del problema, esto es, al planteamiento mitológico, vemos claramente que lo único que el hombre le pide a Dios es felicidad. De alguna manera, en el mito, se dice, está todo, y por esa razón, no parece descabellado postular la alegría (la felicidad en el mito) como una posible vía para salir de la angustia, si no de la desesperación, en los tiempos en los que nos ha tocado vivir.


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OBRAS CITADAS
Aristóteles, Física; introducción, traducción y notas de Guillermo R. de Echan, Madrid, Gredos, 2002.
Gil de Biedma, J., Antología poética; prólogo de Javier Alfaya; y selección de Shirley Mangini González, Madrid, Alianza, 1981.
Hesse, H., El lobo estepario, Alianza, Madrid, 1968.
Kierkegaard, S., La enfermedad mortal, Trotta, Madrid 2008.
La Santa Biblia: Antiguo y Nuevo Testamento: revisión de 1960/antigua versión de Casio, Sociedades Bíblicas Unidas, 1964.
Moreno Claros, F., Martin Heidegger, Edaf, Madrid, 2002.
Palahniuk, C., Fight club, Vintage, 2006.
Pardo, J.L., La metafísica. Preguntas sin respuesta y problemas sin solución, Pre-textos, Valencia, 2006.
Robert, M., Novela de los orígenes y orígenes de la novela, Taurus, Madrid, 1973.

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