viernes, 28 de enero de 2011

En el camino del Rizoma



No es casualidad que el personaje de Mardou Fox (Alene Lee en la realidad), que tanto cautivó en Los subterraneos de Jack Kerouac, resultara de una hermosa mezcla entre genes venidos del negro africano y del cherokee americano. A un desarraigado y outsider como Kerouac no le correspondía otra pareja que esta diosa de ébano de raíces perdidas, de ascendencia mutilada por la máquina aniquiladora occidental. Aunque vemos en la obra de Kerouac (dígase de ésta que es en gran medida biográfica) un cierto y eterno retorno a sus padres y a la Europa de donde procede su apellido, en clara referencia a una búsqueda de un origen perdido (esto lo vemos por ejemplo en La vanidad de los Duluoz); lo cierto es que su forma de vagar por el alcantarillado más bajo de los Estados Unidos, en la que se sucede una aventura tras otra, refiere claramente a un modelo de vida que bien podríamos llamar rizomático. No en vano Deleuze y Guattari mencionan a Kerouac, la generación beat de la costa oeste americana y la literatura angloamericana en general, en ese texto ya consagrado llamado Rizoma. Resulta que Rizoma surge en 1972, exactamente tres años después de la muerte (por cirrosis, como buen héroe de la literatura) de Kerouac. Es por eso que Kerouac nunca pudo entrar en contacto con dicho texto, aunque es seguro que puso un grano de arena para que fuera concebido; no obstante, bien podría estar de acuerdo con el slogan deleuziano que encontramos en Rizoma:

¡Haced rizoma y no raíz, no plantéis nunca! ¡No sembréis, horadad! ¡No seáis ni uno ni múltiple, sed multiplicidades! Haced la línea, no el punto! […] Nada de ideas justas, justo una idea (Godard). Tened ideas cortas. Haced mapas, y no fotos ni dibujos. Sed la Pantera Rosa, y que vuestros amores sean como los de la avispa y la orquídea, el gato y el babuino[1].

Parece que esté describiendo la vida de Kerouac, o al menos su obra. Un tipo que nunca tuvo un lugar concreto donde echar raíces, cuya vida fue una serie de multiplicidades que tomaron las más diversas formas (fue jugador de fútbol americano, estudiante universitario, borracho de cantina, místico y amigo del zen, operario de la Marina mercante, viajante sin rumbo y un vasto etcétera) en tan solo 47 años de vida. Además nunca tuvo lo que se pueden llamar ideas justas: toda su obra es un alegato en contra de las convenciones sociales y tampoco es un héroe ni un idealista. Por descontado, su amor era más propio de un polinizador que de lo infecundo. Hasta aquí todo muy fácil pero, ¿qué es el rizoma?, ¿qué es lo rizomático?

En el texto, Deleuze confronta la idea de rizoma a la de árbol, pero para evidenciar de forma más clara las diferencias entre uno y otro, propondré una idea particular de árbol a la que Deleuze no se refiere en ningún momento de forma explícita, pero que está incardinada en el texto de una manera muy latente aunque velada. En la base de la Modernidad clásica, Descartes explicó a Vico que el saber humano es como un árbol, cuyas raíces simbolizan la metafísica, su tronco la física y las ramas que de éste surgen las demás ciencias. De tal manera, Descartes encontraba lo que buscaba, a saber, un fundamento sólido para reformar las ciencias naturales, que encontraría en la filosofía más especulativa –la metafísica- y cobraría forma bajo el argumento del cogito. Nos dice Deleuze que esta estructura se trasladó a todas las esferas de lo humano: de una estructura de saberes pasó a dominar lo político, lo biológico, lo social, lo psicológico, lo económico, lo institucional, etcétera. Huelga decir que la crítica de Deleuze va directamente hacia esta idea arborescente y para ello se sirve de la idea rizomática. Un rizoma es, según la RAE un “tallo horizontal y subterráneo, como del lirio común”; es decir, se trata de una especie de arbusto que encontramos fundamentalmente relacionado a los tubérculos, y cuyas raíces en lugar de profundizar de manera vertical en la tierra, toman todo tipo de caminos sin un orden aparente, de manera que lo mismo crece de forma horizontal que oblicua. Así pues, el árbol cuenta con una unidad que actúa como pivote de todo lo demás, de manera que todo lo que surja de este pivote-tronco-unidad deberá necesariamente estar en plena armonía con el mismo. Pero tal no es el caso del rizoma, porque en él no hay unidad, sólo un tejido laberíntico que no depende de una parte fundamental y fundacional. Puedes cortar un árbol por el tronco y el árbol muere, pero cortes por donde cortes en el rizoma, la vida continúa porque nada se supedita a nada.

La que a mi juicio debe entenderse como la crítica más potente a la idea arborescente es la que Deleuze dirige hacia la lógica binaria. Parece claro que del tronco, que es la Unidad, surge la Multiplicidad: en el esquema medieval clásico, vemos que del árbol surgen dos ramas, de las cuales surgen otras cuatro, de las que surgen ocho más y así podemos obrar, según el gusto del consumidor, ad infinitum. Por ello Deleuze alega que “el árbol o raíz inspiran una triste imagen del pensamiento que no cesa de imitar lo múltiple a partir de una unidad superior, de centro o de segmento”[2]. Dice que es triste porque según este paradigma de pensamiento todo lo que encontramos es una reproducción o, en jerga deleuziana, un calco de lo que ya existe. No hay multiplicidad, sólo copia y, por tanto, no existe la creatividad, la originalidad, la autenticidad. Por otra parte, y siendo no menos importante, Deleuze señala que este hecho lleva a una concepción esencialmente jerárquica, pues las ramas acaban por ser una especie de súbditos de sus ramas precedentes y éstas, a su vez, vasallas del tronco fundacional. Ya tenemos, sea dicho pues, dos críticas muy duras al capitalismo: por una parte la crítica al rechazo a lo diferente, a lo que se sale de la lógica binaria, a lo otro, a lo que se sale del sistema; por otra parte, la crítica a lo jerárquico, siempre en cierta relación con el fascismo, pues esta jerarquización propicia que la relación entre las partes sea estrictamente de poder (el propio Deleuze lo señala cuando dice que “los autores hablan a este respecto de teoremas de dictadura. Tal es el principio de los árboles raíces, o la salida, la solución de las raicillas, la estructura del Poder”[3]).

Pero ¿qué ocurre si no hay una raíz ni un tronco que lo legitimen todo? La crítica de Deleuze está íntimamente relacionada con el pensamiento de la metafísica heideggeriana, en tanto que en ambos pensamientos encontramos una alarmante –aunque sincera- falta de fundamento. La concepción rizomática nos pone de súbito ante el abismo, ante el Abgrund (literalmente, el no-fundamento, la ausencia de sustrato): ya no hay Dios, pero tampoco una metafísica sólida, y ni siquiera la ciencia. Continuar viviendo hoy en día bajo la idea arborescente es una ilusión y el ser humano debe aprender convivir con el abismo.

Y ahí Kerouac nos da una lección a todos. Y Deleuze lo sabía. Aprendió a vivir desarraigado, sin objetivos, sólo yendo de aquí para allá, saltando de aventura en aventura. El gobierno estadounidense intentó reclutarlo para la segunda guerra mundial y él se escabulló alistándose a la Marina mercante, donde no se entraba en contacto con lo bélico. Nos dice Deleuze que “el Estado pretende ser la imagen interiorizada de un orden del mundo y enraizar al hombre. Pero la relación de una máquina de guerra con el afuera no es otro “modelo”, es un agenciamiento que hace que el propio pensamiento devenga nómada[4], y el libro una pieza para todas las máquinas móviles, un tallo para un rizoma”[5]. A Kerouac no le bastó su Estado para encontrar unas raíces ni mucho menos para ordenar su mundo, que por lo demás ya era suficientemente caótico. Y así fue, exactamente como dice Deleuze, como Jack Kerouac devino nada menos que un nómada, como podemos ver en En el camino.

Su forma de vida era la improvisación, pero también su forma de escribir, que obedecía –sobretodo en Los subterráneos- a un patrón jazzístico, que a su vez tiene que ver con la improvisación. Las drogas no faltaban y hacían las de material subversivo (el jazz también contribuía a esta digna y a la vez insurrecta función). En una palabra, y como dice Deleuze, el pensamiento –y la vida- de Kerouac devino nómada. Y si esto fue así es sencillamente porque en tanto Kerouac se encontraba desenraizado, su lógica no pretendía conjurar lo binómico, esto es, no pretendía calcar, ni copiar, ni reproducir el tallo del que en realidad no procedía. Por eso improvisó, por eso fue un underground, por eso se dedicó a hacer el mapa. Entiéndaseme con Deleuze:

Muy distinto es el rizoma, mapa y no calco. Hacer el mapa y no el calco. La orquídea no reproduce el calco de la avispa, hace mapa con la avispa en el seno de un rizoma. Si el mapa se opone al calco es precisamente porque está totalmente orientado hacia una experimentación que actúa sobre lo real. El mapa no reproduce un inconsciente cerrado sobre sí mismo, lo construye. Contribuye a la conexión de los campos, al desbloqueo de los cuerpos sin órganos, a su máxima apertura en un plan de consistencia. Forma parte del rizoma. El mapa es abierto, conectable en todas sus dimensiones, desmontable, alterable, susceptible de recibir constantemente modificaciones[6].

Kerouac construyó una vida de la nada, hizo flotar su existencia sobre el Abgrund de su desarraigo y el absurdo de la segunda guerra mundial. En términos nietzscheanos se puede decir que fue un creador de valores, algo más o menos parecido a un übermensch, en la medida en que no copió: sólo creó. Y creó tanto en términos de obra como de vida, porque creó un movimiento literario (beat), una forma de escritura basada en los ritmos jazzísticos, pero también una forma de entender la vida en la que toreó las fosas más oscuras y las depresiones (en todos sus sentidos) más infumables del nihilismo con el que le tocó convivir. La de Kerouac fue la vida encarnada del rizoma deleuziano, en último término, porque se tomó la vida tan poco en serio, que en cualquier momento era capaz de dar un giro a su camino, y alterar la ruta con constantes modificaciones. Y precisamente eso es un rizoma.



[1] Deleuze G., y Guattari, F., Rizoma en Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia, Pre-textos, Valencia, 2002, pp. 28-29.

[2] Íbidem, p. 21.

[3] Íbidem, p. 22.

[4] La bastardilla es mía.

[5] Íbid., p. 28

[6] Íbidem, p. 18.