miércoles, 30 de marzo de 2011
La deshumanización del espíritu en la obra de Thomas Mann
domingo, 6 de marzo de 2011
Nietzsche, arte, lenguaje y simbolismo
¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!
Sören Kierkegaard
En El nacimiento de la tragedia (1872) Nietzsche se queja por no haber construido un lenguaje propio que se escape del convencional:
¡Cuánto lamento ahora no haber tenido el coraje (¿o la inmodestia?) de permitirme, a todos los efectos, un lenguaje propio para dar voz a esas intuiciones y audacias tan personales!... ¡Cuánto lamento haber buscado expresar, no sin grandes esfuerzos, recurriendo a fórmulas kantianas y schopenhauerianas, valoraciones y fórmulas nuevas y extrañas, radicalmente opuestas tanto al espíritu como al gusto de Kant y Schopenhauer![1]
La noción de genealogía del lenguaje está incardinada en estas palabras en la medida en que nos hablan de un desprecio por el lenguaje convencional como vehículo de expresión. En la genealogía nietzscheana del lenguaje encontramos un proceso mediante el que una experiencia subjetiva de un individuo es expresada verbalmente. Este sonido, con el tiempo, acaba por convertirse en una palabra articulada que es aceptada dentro de la comunidad de aquel individuo. Más tarde, aquella palabra se convierte en un concepto que se usa de forma convencional y todo el mundo conoce, aunque habiendo olvidado su génesis. La crítica de Nietzsche es que al expresarnos mediante el lenguaje convencional utilizamos palabras que alguien creó algún día para expresar lo que había sentido o experimentado individualmente. Pero esta –indebida- apropiación provoca que entre lo que sentimos y la forma en la que lo expresamos se abra un abismo que a duras penas uno puede salvar. Por esta razón Nietzsche hubiera deseado poder construir un lenguaje propio, que sería mucho más legítimo para expresar aquello que siente y que al sentirlo de manera individual sólo puede ser expresado mediante un lenguaje asimismo individual, aunque ningún usuario de la lengua pudiese entenderlo.
El movimiento simbolista, por su parte, tiene una concepción del arte muy cercana a esta idea. El artista simbolista tiene la voluntad de construir arte mediante símbolos, los cuales no tienen ningún tipo de significado convencional compartido con los usuarios de la lengua. Entendían los simbolistas que el uso del símbolo para expresarse era la única forma de poder expresar aquello que sentían y experimentaban de una manera individual. De ahí la profunda incomprensión y posterior rechazo que se siguió por parte de la alta sociedad “entendida en arte”. Pero Nietzsche ya nos hablaba de un “Dios-artista” en contraposición al Dios de la religión. Si Baudelaire explica su experiencia estética en el Tannhäuser de Wagner en términos religiosos Nietzsche hará lo propio pero respecto a la figura del creador. El cristianismo, dice Nietzsche, “advertía también desde siempre la hostilidad a la vida […] Desde sus orígenes, el cristianismo no ha sido básica y esencialmente otra cosa que náusea y hastío de la vida respecto a la vida”[2], y lo hacía mediante la creación de mundos alternativos o mediante el rechazo de la sensualidad. El autor alemán arguye que la concepción de la vida del cristianismo es fundamentalmente moral porque impone un importante catálogo de prohibiciones y normas que coartan la vida corporal y la desproveen de cualquier tipo de goce. Esto repugnaba a Nietzsche, por lo cual se propuso arremeter contra la moral mediante la postulación de una concepción de la vida alejada de ésta y que tuviera que ver con lo artístico, lo dionisiaco. La religión nietzscheana (si se me permite esta expresión que en principio pudiera parecer contradictoria) no tiene otro dios que ese “Dios-creador” y que es uno mismo. Puesto que Dios ha muerto, el mundo cristiano debe morir con él y por tanto la negación de la vida también. El hombre creador, el Übermensch, está llamado para romper con las convenciones lingüísticas y morales de la sociedad (o rebaño) porque ya no puede creer en ellas. Como Dios ha desaparecido, el sentido de la vida y del mundo también, de ahí que el individuo pesimista y nihilista deba encontrar el sentido en sí mismo, y no puede hacerlo de otra manera que creándolo, debe crear sus propios valores y su propio lenguaje, y ambos son estrictamente artísticos, pues el arte se escapa de estas convenciones dado que es capaz de expresar aquellas primigenias experiencias individuales inenarrables desde un lenguaje convencional –que es impropio en el sentido de que no es adecuado, pero también porque no surge de uno mismo.
Ante todo lo expuesto, Nietzsche acaba preguntándose si será necesario construir un tipo de arte que procure un consuelo metafísico para los hombres trágicos o nihilistas. Sólo un grande como Nietzsche podría haber dado respuesta a esto citándose a sí mismo –en Zaratustra- para decir que no, que el único consuelo está en reír y en bailar. Es probable que el simbolismo sí busque un consuelo metafísico cuando se apoya en la teoría de correspondencias de la física. Sea como fuere, la conexión entre Nietzsche y el simbolismo queda suficientemente legitimada.
jueves, 3 de marzo de 2011
El sentido del mundo en el segundo Wittgenstein
haber sorpresas.
En el prólogo a las Investigaciones filosóficas (1953) dice Wittgenstein que la filosofía que contiene el libro en cuestión pasa por ser un reconocimiento de los errores del Tractatus Logico-Philosophicus (1921). Este reconocimiento ya nos dice mucho sobre la filosofía del segundo Wittgenstein, pues la del primero destilaba un estilo oracular, perpetrado a base de afirmaciones lapidarias que parecían no permitir resquicio ninguno para la duda. El primer Wittgenstein nunca hubiera reconocido un error porque se tomó la vida demasiado en serio, así que podemos entender al segundo Wittgenstein como una humanización de la máquina de precisión que encontramos en el Tractatus. En el diario que escribió durante (y en) la primera guerra mundial encontramos una visión del mundo entre abyecta y vagamente esperanzada por un ideal religioso: ¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida? Sé que este mundo existe. Que estoy situado en él como mi ojo en su campo visual. Que hay en él algo problemático que llamamos su sentido. Que ese sentido no radica en él, sino fuera de él. Que la vida es el mundo. Que mi voluntad penetra el mundo. Que mi voluntad es buena o mala. Que bueno y malo dependen, por tanto, de algún modo del sentido de la vida. Que podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. Y conectar con ello la comparación de Dios con un padre. Pensar en el sentido de la vida es orar. (Diario filosófico, 8.7.16) Piénsese el mundo desde esta visión y se experimentará un incontenible apego al suicidio (como también lo percibiera el joven Wittgenstein). Nuestro judío vienés pensaba que el sentido del mundo (algo problemático, sin lugar a dudas) está fuera del mundo. Dicho de una manera más indigesta: vivimos en un mundo sin sentido (lo cual es en realidad muy lúcido si se piensa en plena trinchera). El Wittgenstein del Tractatus dice que el mundo es la suma de los hechos (y éstos están hechos a partir de cosas que interactúan y que forman lo que él llama estados de cosas) y no de las cosas. El lenguaje de la lógica, fiel reflejo de los estados de cosas, está constituido por proposiciones (que expresan hechos) formadas por palabras (que expresan cosas) que interactúan entre sí. Cuando uno se expresa mediante el lenguaje de la lógica lo hace con sentido o, al menos, con cierto sentido: para Wittgenstein, el único sentido del mundo lo encontramos en la lógica y por esa razón, todo lo que la lógica no puede expresar –que es aquello que queda fuera del mundo- no tiene sentido. Tiene sentido hablar de cómo el ciclo del agua transforma la nube en lluvia, porque lo observamos y podemos llegar a comprender de forma lógica. Pero no tiene sentido alguno hablar de qué hay después de la vida. La lógica puede describir el mundo (puede hablar de cómo es el mundo) pero no puede decirnos qué sea el mundo, pues ésta es una pregunta metafísica (o mística, para Wittgenstein) que va más allá del límite de la lógica. Pero el segundo Wittgenstein asume su error. Un problema de la filosofía del Tractatus es que convierte al ser humano en un androide o cyborg con el que es difícil relacionarse y en este sentido es muy ilustrativa la interpretación que Ernest Gellner nos ofrece: “He deals with all like cases in a like manner –that is his honour. Clearly, this is a trustworthy reliable man, but not exactly exciting and stimulating. You might be pleased to have him as your manager, but be less thrilled to find him your dinner companion” . Pero el gran error del Tractatus (que en el fondo lo hace más atractivo si cabe) es que Wittgenstein otorga un carácter predominante al lenguaje lógico con respecto a otros tipos de lenguaje que ni si quiera tiene en cuenta. Digamos que entiende la lógica como el único lenguaje válido, quedando los demás lenguajes en una situación de inferioridad. Por todo ello, lo que el segundo Wittgenstein anuncia es que no existe una relación jerárquica entre los lenguajes, pues cada lenguaje tiene sus propias reglas. En el pensamiento las Investigaciones filosóficas, el significado de la palabra deja de ser unívoco, como otrora lo fuera en el Tractatus. No existe ya un único significado para una palabra, no hay que entender el significado de la palabra sino que hay que saber darle un uso correcto con dependencia del contexto en que sea utilizada: el significado está en el uso (Gebrauch). Lo que se desprende de esta idea es que el significado –correcto- de una palabra nunca es en términos absolutos, sino en relación al contexto en que aparece. La palabra “comida” no significa exactamente lo mismo en el contexto de una fábrica alimenticia que en una situación como la que plantea la película ¡Viven!, o en la que encontramos en la cena familiar de Nochebuena. En este sentido el concepto de juego de lenguaje es muy importante: Me refiero a juegos de tablero, juegos de cartas, juegos de pelota, juegos de lucha, etc. ¿Qué hay común a todos ellos?-No digas: “Tiene que haber algo común a ellos o no los llamaríamos ‘juegos‘“-sino mira si hay algo común a todos ellos.-Pues si los miras no verás por cierto algo que sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y por cierto toda una serie de ellos. Como se ha dicho: ¡no pienses, sino mira! Mira, por ejemplo los juegos de tablero con sus variados parentescos. (Investigaciones filosóficas § 66) Lo que Wittgenstein quiere decir es que la palabra juego no intenta captar una esencia universal para todos los juegos, lo cual es difícil porque cada juego tiene unas reglas distintas: el enroque tiene sentido en el ajedrez pero no en el korfball. Lo importante es que no existe una esencia que todos los juegos compartan de manera universal, si bien es cierto –y Wittgenstein lo reconoce- que existen algunos rasgos que ciertos juegos pueden compartir con otros (pero nunca con todos). Wittgenstein llamó a este fenómeno parecidos de familia, el cual refiere a la idea de que los juegos pueden tener ciertos parecidos, de manera que el korfball y el ajedrez, pese a no compartir el enroque entre sus reglas, sí comparten un parentesco porque en ambos juegos se busca ganar. Wittgenstein, que era muy astuto, se apresura a decir en las Investigaciones filosóficas que no todos los juegos tienen por objetivo ganar: un niño jugando a tirar una pelota contra una pared repetidamente no está compitiendo. Sin embargo, el juego del niño comparte con el korfball que hay un balón, rasgo que no comparte con el ajedrez. Las consecuencias de este razonamiento son de una importancia de primera magnitud en el pensamiento de Wittgenstein, aunque de primeras no lo parezca. Si extrapolamos la idea de la ausencia de una esencia universal al campo del lenguaje, encontramos que no hay tampoco una idea o esencia de lenguaje que sea única en stricto sensu, sino que existen muchos lenguajes que si bien cuentan con ciertos aires de parentesco, no dejan por ello de ser lenguajes que se rigen por reglas diferentes. Esto significa que los lenguajes son inconmensurables: no se puede atacar un lenguaje desde las reglas de un lenguaje ajeno, pues para jugar a un juego debes aceptar las reglas –si no lo haces no estás jugando a ese juego-. De esto se sigue que la añeja y wittgensteiniana visión del lenguaje lógico como superior en jerarquía con respecto al resto de los lenguajes se torna caduca antes los ojos de su propio autor. Imagínese un diálogo entre un ingeniero aeronautico (como lo era Wittgenstein) y un místico hindú. Si hablan sobre animales el primero lo hará desde una perspectiva biológica occidental, tratando al animal desprovisto de alma, como una especie de mecanismo que se rige por ciertas leyes. El segundo sujeto, muy al contrario, dirá que tras la apariencia del animal existe una realidad (llamémosle alma) que es inmutable y eterna y que se rige por una serie de reencarnaciones que reciben el nombre de samsara. Hablan dos lenguajes diferentes y uno no entiende el del otro. El primer Wittgenstein hubiera estado del lado del ingeniero porque el lenguaje de la fría y desalmada lógica sería el único con sentido y por tanto superior a todos los otros lenguajes menores. El segundo Wittgenstein diría que puesto que hay multiplicidad de lenguajes y ninguno es superior o mejor que otros –pues son sencillamente diferentes-, cada sujeto tiene razón pero dentro de su propio lenguaje y jamás de una forma universal ni absoluta. Un dato hasta ahora obviado en este discurso pero de gran importancia y de no menos divertimento es que Wittgenstein fue durante toda su vida un individuo fuertemente marcado por el sentido religioso. El primer Wittgenstein, a pesar de repudiar lo místico demuestra que en realidad es lo más importante precisamente porque guarda un absoluto silencio sobre ello: respeta tanto lo metafísico que considera una falta de respeto intentar hablar sobre ello para acabar diciendo cosas absurdas. Pero éste era el primer Wittgenstein. El segundo tiene por fin el campo abierto para expresar lo místico desde un lenguaje místico, lo ético desde un lenguaje ético y lo lógico desde un lenguaje lógico. Es de suponer que de poder elegir, hubiera preferido poder demostrar la existencia de Dios mediante la lógica, pero todo parece indicar que al final se conformó con hablar de Dios con un lenguaje místico. Con todo, el viejo y humanizado Wittgenstein se abrió paso entre los mecanismos de la máquina de precisión que fue y al respirar el aire fresco encontró que el sentido del mundo estaba en el mundo. Sólo que el mundo no tenía por qué ser necesariamente lógico. Ahora ya estaba preparado para la poesía y el amor: “Romantics may be moderate and be willing to live and let live, saying to the cold calculators: You keep the economy and we shall have love an poetry”.