Dos conceptos heideggerianos deberán encauzar este razonamiento: la inautenticidad y la crítica a la técnica. Heidegger vive en un momento en que la técnica ha transformado definitivamente el mundo de la naturaleza encantada, es un mundo gris y rojo (gris por el asfalto y la munición, rojo por la sangre vertida por aquella). Ahora todo está racionalizado, y con ello, gran parte de la vida, de la autenticidad de las cosas se pierde. Como dice Rilke, es "esa vida envasada que nos llega de América". En este sentido, el pesimismo de Heidegger es notable en su concepción del ser en el mundo del hombre: se trata de una visión nostálgica de lo que un día el mundo fue para el hombre y a donde él cree se debe volver. El campo, la casa, el pueblo, son sólo algunas excusas para defender la identidad nacional; son elementos que permiten que generación tras generación viva una vida bajo un mismo patrón, una vida con raíces que llena de sentido la existencia del ser humano. Jorge Teillier lo expresó mucho mejor que yo en su poema Cuando todos se vayan:
Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes del espacio.
La luciérnaga, el antiguo raíl de tren abandonado, la cerveza tan típicamente local, el borracho del pueblo, los discos que siempre sonaron en casa: esto es lo que llena de sentido la vida, y esto es lo que el ser humano debe escoger, mucho antes que los estridentes y rimbombantes cohetes espaciales que nos llevan a un mundo frío y desconocido y que, a lo sumo, sólo nos lleva a una identidad itinerante. Entonces, lo que Heidegger decía parece estar recogido en el razonamiento que sigue: las cosas sí dan sentido a la vida del ser humano, porque al usarlas como instrumentos estamos construyendo una primera comprensión del mundo. Por eso, racionalizar las cosas (la vida envasada rilkeana), no es un camino óptimo para la realización del individuo, dado que esta racionalización no es original en el ser humano. Y el origen, en Heidegger, es lo deseable.