miércoles, 15 de febrero de 2012

Actualidad de la experiencia estética

El revuelo ocasionado tras la muerte de Steve Jobs a nivel internacional nos dice mucho sobre la actualidad del mundo en que vivimos. El objetivo básico de Apple fue construir artilugios que cambiaran la forma cotidiana de nuestras vidas. Lo consiguió: iPod, iPad, o iPhone han supuesto un giro radical en nuestra forma de relacionarnos con otras personas y también con el mundo. Ahora no tenemos que esperar para obtener determinadas informaciones, no importa que uno esté en el metro, la playa o la montaña. Sólo es necesario un clic. Por otra parte, y esto es lo que aquí de verdad interesa, Apple ha cambiado la forma de sentir el mundo. O más bien ha constatado (y se ha aprovechado de) dicho cambio. Lo que diferencia a Apple de su más inmediato contrincante, Microsoft, no es necesariamente la potencia de sus artefactos, ni la eficacia de sus sistemas operativos, ni si quiera su mayor precio de mercado. Todo eso ya no importa. Forma parte del pasado. Lo que ha catapultado Apple al estrellato es su valor estético. Apple se ha limitado a constatar un cambio en la forma de sentir el mundo porque sus récords de venta ponen de manifiesto un hecho socio-cultural: el individuo de hoy prefiere la belleza a la utilidad. Y si la belleza puede rodearle las veinticuatro horas del día tanto mejor.

La nueva sensibilidad choca frontalmente con sensibilidades decimonónicas como el romanticismo. La concepción de la naturaleza como la gran Madre a la que hay que volver ha muerto. Ya no existe una Grecia a la que regresar. Como dice Heidegger, la naturaleza se ha convertido en una gran despensa, en una gasolinera internacional desprovista de cualquier tipo de animismo. Sólo hay que darse una vuelta por el mundo. La naturaleza ya no importa. El restaurante más exitoso del mundo no sirve comida biológica sino comida saturada de aditivos: McDonald’s[1] ha creado una realidad distorsionada, con un sabor potenciado al máximo. Y el mundo es feliz con ello, a nadie le importa la realidad de la idea de bien platónica, nadie quiere despertar de este sueño de estímulos continuos. El individuo tiene acceso a las drogas más potentes de la historia de la humanidad, la oferta sexual más variopinta, deportes retransmitidos a cualquier hora del día, parques de atracciones, toneladas de azúcar en los refrescos y festivales concupiscentes en la isla de Mann[2].

Podrá objetarse que se trata de una felicidad estupidizada. Y es cierto. Este es el retrato de una sociedad anestesiada (Welsch). No es menos cierto que la visión romántica es mucho más hermosa, pero no por ello más realista (o actual, cuanto menos).

La sensibilidad propia del movimiento simbolista, que encontramos fundamentalmente en la segunda parte del sigo XIX, también ha quedado obsoleta. Los Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, etcétera, concibieron el arte como una especie de vía de escape a una realidad dominada por el llamado spleen (el hastío del capitalismo y la podredumbre espiritual). Herederos del idealismo y romanticismo alemanes, quisieron ver en la belleza una medicina para la maladie du siècle (Chateaubriand indica la senda al decir que la situación es una enfermedad). El acto de la experiencia estética aquí tiene que ver con un trascender lo meramente material para situarse en un plano de la realidad cercana al ideal. El arte tendría pues la función de crear paraísos artificiales, es decir, objetos susceptibles de provocar una experiencia estética entendida a la romántica, con la inestimable ayuda de drogas blandas como el hachís.

En gran parte, nuestra sensibilidad actual es heredera del simbolismo. Hoy en día estamos rodeados de objetos estéticos, pero el abuso del remedio lo ha vuelto inútil. Autores como Marquard se han manifestado en contra de la instrumentalización del arte como remedio para reencantar el mundo. Dice que la estética consiste en la resistencia de la Modernidad a la Postmodernidad. Cada vez es más necesaria la estética para soportar el mundo, pero -una vez más- cuanta más estética, más se anaesthetiza al hombre[3].

Tampoco la sensibilidad proyectada en el pensamiento del siglo XX hace honor a la actual, al menos en lo referente a la hermenéutica heideggeriana o gadameriana (descendientes ambas de la fenomenología husserliana). Estos autores postulan que en la experiencia del arte se halla la verdad (una verdad como άλήθεια, que es un desocultar la realidad o el Ser). Pero esta visión, aunque esperanzadora, es anacrónica, ya que el arte y la verdad se han convertido en dos parientes lejanos que no pasan de encontrarse en bautizos y comuniones una vez por lustro (hablar de “verdad” en la postmodernidad es algo muy delicado. Dice Foucault en este sentido que ““la verdad no existe… Sólo existen discursos históricamente reconocibles, que producen “efectos de verdad”, al delimitar lo que es pensable y lo que no lo es para una época determinada[4]). Lo mismo podría decirse de la estética de Adorno, que por medios muy diferentes a los de la hermenéutica, viene a redundar en la tesis del arte como instrumento para la verdad.

Las tesis de Jean Baudrillard viene en este sentido a poner el dedo en la llaga. En La guerre du Golfe n’a pas eu liu, Baudrillard ofrece una disertación sobre la guerra del Golfo, para acabar afirmando que esta, en realidad nunca existió. El razonamiento es el siguiente: una guerra solo puede tener lugar si existen dos contendientes, y éste no es el caso, pues sólo los E.E.U.U. pueden competir armamentísticamente (los medios de que disponían los árabes eran muy inferiores); de lo cual se deduce que la guerra del Golfo solo tenia lugar en los medios de comunicación occidentales, donde se ofrecía al gran público la visión de lanzamientos de cohetes (nunca la explosión de los mismos, porque en realidad explotaban en lugares perdidos del desierto). Así, lo que realmente era, para el mundo, es que había una guerra en juego. Lo importante hoy en día no es que un hecho se de, sino que aparezca en los medios (si no aparece, no existe; y si no existe, pero aparece, acaba por existir)[5].

Esto nos lleva directamente al otro gran protagonista del pensamiento postmoderno: el existencialismo. Hay un concepto clave en esta corriente, que es la autenticidad (presente en Kierkegaard, Heidegger, Sartre o Camus, aunque desde diferentes planteamientos). El deseo de autenticidad es necesario como última medida para hacer frente al caos de la existencia. Puesto que la realidad es caótica e insoportable, me vuelvo a mí mismo, y trato de ser el dueño de mi voluntad, que es lo único que puedo controlar (aun a duras penas). Pero hemos visto que hoy en día, la autenticidad se encuentra en lo virtual. Dice con gran acierto José Luís Molinuevo que “con las nuevas tecnologías, con la realidad virtual se produce un auténtico retorno a la caverna como retorno a la experiencia. La caverna es ahora el campo de la experiencia, como campo de la verdad. Antes era la verdad de la trascendencia; ahora es la verdad de la apariencia, no la apariencia de verdad”[6]. En otras palabras: hace un tiempo que venimos viviendo en Matrix. La propia tesis de Lyotard es que ante el nihilismo, pérdida de valores y muerte de la metafísica occidental, la cultura se ha convertido en una estetización de la realidad, una ficción que oculta estos hechos.

Puede que esto sea desconsolador, pero es plausible si tenemos en cuenta que tras la huida de los dioses no existe esperanza para la humanidad. El individuo de hoy caricaturiza el carpe diem llevándolo hasta las más radicales consecuencias del hedonismo. Su lógica tiene que ver con la toma de conciencia de la finitud de su materia y la desconfianza en una infinitud de su espíritu. “Puesto que voy a morir, quiero tener el máximo número de experiencias posibles”. Nunca antes ha existido tanto movimiento en el globo: mil millones de personas viajan anualmente a otros países en busca de sabores, olores y colores antes desconocidos[7].

El gran teórico de la experiencia estética, Kant, incurre en tesis inaceptables hoy en día. En el afán ilustrado de universalización del fenómeno humano, el autor alemán, se propuso la difícil tarea de postular una universalidad (sensus communus) de los sentidos[8]. El gusto, según un el complicado argumento del juicio reflexionante, podía devenir universal. Sólo que era una universalidad subjetiva. Una universalidad que a posteriori no tenía porque ser tal, algo así como un presentimiento de universalidad. Esto es de por sí difícilmente aceptable en cualquier época, pero mucho menos en la nuestra. Dice Molinuevo que este postulado obedece a una astucia de la razón, pero ¿no existe hoy en día esta misma sensación?, ¿no es cierto, por ejemplo, que de manera general, a todo el mundo place el diseño Apple? (ahí están los casi cuarenta millones de iPhones vendidos en 2011[9]). ¿Podemos hablar de un universalismo en el gusto hoy en día? Rotundamente no: si el universalismo kantiano se fundaba en una astucia de la razón, el universalismo contemporáneo se funda en una astucia de la publicidad y la mercadotecnia. El bombardeo de información nos somete a la recepción constante y repetida de determinados estímulos que nos hacen desear algo que realmente no necesitamos.

Pero la realidad es que nuestra época está determinada por una falta de universalidad (y también de verdad, huelga decir). La filosofía del dialecto de Vattimo nos dice que la historia consta de diferentes dialectos que tienen que comunicarse entre sí. No hay un gran relato, como dirá Lyotard, sino diálogo entre pequeños relatos. El multiculturalismo, el respeto por lo diverso, por las minorías, incluso el mercado libre, son productos de la muerte de los grandes relatos de la humanidad, que prometían un lugar utópico para un universal bienestar de ésta. Su componente teológico no tiene cabida en la época de la muerte de la metafísica. La ilustración ha fracasado, el marxismo también, ni que decir tiene en cuanto al cristianismo, y hemos presenciado el derrumbe del capitalismo.

Por otra parte, el concepto clave de la belleza en la Crítica del juicio, que es sin duda el juego libre de las facultades, ha quedado fuera de juego. El rasgo fundamental de la experiencia estética, dice Jauss, es el placer. El problema es que el placer de hoy en día no es el placer que viene de la contemplación[10]. En Kant, la contemplación es una experiencia de la que uno jamás se cansa. La contemplación nos lleva a la trascendencia del espíritu y a una especie de beatitud física: no existe ni la sed, ni el hambre, ni el dolor. El cuerpo queda entre paréntesis, así como la visión racional o cognitiva del mundo. La propia hermenéutica entenderá este instante como una puesta entre paréntesis la mirada racional (con todos los prejuicios de la metafísica occidental que ésta lleva consigo), para desnudar al ser humano.

Pero la contemplación ha muerto. En primer lugar debido al consumismo: no hay tiempo de saborear o degustar nada, nuestro vacío existencial exige cada vez más, dando lugar a un ego devorador. En segundo lugar tenemos un hecho acallado por el poder, pero que es una realidad de nuestro tiempo, a saber, el uso sistemático de la música como arma de guerra y como arma en la tortura. Este fenómeno resulta desorientador si lo confrontamos con el concepto simbolista de música. El Tänhauser de Wagner fue para Baudelaire una brizna de oro en un mundo sinsentido; una especie de oasis ideal en medio del tedio y hastío de lo material. Hoy en día, sin embargo, puede utilizarse como ejemplo del infierno en la tierra. Dice Suzanne G. Cusick en su brillante artículo Music as torture / Music as weapon (2006), “me hiere particularmente como músico, me hiere en una parte de mi sensibilidad que permanece residualmente adherida a la noción de que la música es hermosa, incluso trascendental. Para mí la música es una práctica que siempre me conducía a la contemplación de la relación entre cuerpo y placer; no a la contemplación de cuerpos adoloridos”[11]. En dicho artículo se recogen informaciones proporcionadas por diferentes medios de comunicación, que denuncian el uso de música como medio de tortura. En Guantanamo ha sido una práctica habitual, donde canciones como “Enter Sandman” de Metallica o “I Love You” de Barney el Dinosaurio Morado fueron utilizadas en interrogatorios, una y otra vez durante días y semanas a alto volumen[12]. En este caso, la música pasa de ser el arte más apropiado para la contemplación y el placer estético (a causa de su condición de no-figurativa) a ser aborrecible y dolorosa.

Y todavía podemos ir más lejos. Dice G. Cusick que “los teóricos del cuarto de interrogatorios se enfocan en la capacidad que tienen la música y el sonido para destruir la subjetividad”[13]. Según dichos teóricos, la música puede llevar a la persona a un estado paradójico, como consecuencia de una experiencia altamente corporeizada y a la vez descorporeizada. La propia intensidad de la música podría llevar al olvido de elementos importantes de la identidad propia o la pérdida de la noción del tiempo. Si esto es así, la experiencia estética como manera de crear la propia subjetividad, se cae.

Esta práctica tiene que ver con el sublime kantiano, en tanto el sujeto se ve absorbido ante la experiencia de lo grande y lo aterrador. Sin embargo, lo sublime, en tanto forma de experiencia estética, debe placer, y lo hace gracias a que el sujeto es espectador de la situación pero jamás toma parte en ella. La visión de un incendio o de una reyerta desde la distancia serían casos paradigmáticos de este fenómeno. Claro que en Guantánamo el sujeto que “contempla” lo sublime es a la vez partícipe de la situación, luego no hay goce, y por tanto no hay experiencia estética. Pero lo sublime kantiano es mucho más que esto. Dice Kant:

la mera magnitud del mismo, incluso cuando se le considera como informe, puede llevar consigo una satisfacción universalmente comunicable, y, por tanto, encierra la conciencia de una finalidad subjetiva en el uso de nuestras facultades conocer, pero no una satisfacción en el objeto, como en lo bello (puesto que puede ser informe), en donde el Juicio reflexionante se encuentra dispuesto como conforme a un fin en relación con el conocimiento en general, sino una satisfacción en el ensanchamiento de la imaginación en sí misma[14]

Es decir, en lo sublime no se produce una adecuación del fenómeno a las facultades humanas (lo cual es propio de la experiencia estética de la belleza), sino precisamente una inadecuación. Lo sublime abre la posibilidad de trascendencia porque nuestras facultades se ven reflejadas a sí mismas al ser rebasadas, y es por eso que la razón experimenta placer. En otras palabras, al contemplar lo sublime, nuestras facultades se vuelven inoperantes, son trascendidas por algo superior a sus capacidades y por tanto la razón toma conciencia de sí misma. Ahí tenemos el nacimiento de la subjetividad moderna. Véase pues la tensión: la grandeza de lo aterrador fue el elemento de la construcción de la subjetividad y hoy es el arma de la destrucción de ésta.

Las variaciones de Schiller sobre lo sublime tampoco están exentas de polémica en lo tocante a este caso. Para Schiller la belleza no tiene que ver con una lucha contra la moral (Kant), sino precisamente con una reunión de éstas. Dice Schiller que la vivencia de las apariencias sin entrar en el debate sobre la realidad es la más alta forma de civilización. Ahí tenemos su Guillermo Tell, que obra siempre con serenidad ante el sufrimiento y con juego limpio en la victoria. Existe una resistencia moral al sufrimiento que pasa por la felicidad de existir (y no por el pesado deber kantiano), la cual, a su vez, tiene su fundamento en la no-necesidad de afirmación del mundo exterior. La realidad o no del mundo no importa, sino la vivencia en la apariencia, para lo cual es necesaria una gran “cultura estética”. Lo superfluo, lo inútil, el juego, el disfraz y el adorno son signos del estrato más civilizado de la humanidad, donde no hay necesidad de plantearse tensiones entre teoría y praxis[15]. La tragedia, según Schiller, consiste en sufrir con dignidad para así devenir héroes. Pero lo primero que se despoja en Guantánamo es precisamente la dignidad y por supuesto también la serenidad. Es un sufrimiento que viene dado por la supresión de la dignidad del individuo, atacando los valores más arraigados en su cultura (v. gr., los presos musulmanes son constantemente avasallados con referencias a su supuesta homosexualidad, mediante la propia música que deben escuchar durante semanas, u otros procedimientos).

Así, pues, ¿es posible hoy una vuelta a la experiencia estética para el reencantamiento del mundo? Estoy de acuerdo con Berman en que el animismo o la alquimia ya no tienen lugar en este momento de la historia. Ya ha habido un intento de reencantamiento del mundo sin apelar a la trascendencia, en los Rilke, Proust o Heidegger, que apostaron por el símbolo. Estoy en desacuerdo, no obstante, en que tenga que surgir algún tipo de conciencia holística para poder encantar el mundo mediante la experiencia estética. Todo el sistema político, económico y cultural actual tienen un gran interés por el individualismo. Es imposible construir una conciencia holística hoy, cuando los individuos compiten entre sí día y noche. La cultura occidental necesita que todo el mundo se crea importante. Somos millones de egos que, como dice Palahniuk en Fight Club, nos sentimos copos de nieve únicos. Justo al contrario de determinadas culturas orientales, como la desarrollada en los monasterios budistas, cuyo objetivo es el desprendimiento del “yo”.

Así, pues, según este razonamiento, sólo existiría una opción para volver a encantar el mundo, a saber, el colapso (ahí ya hemos llegado) y posterior destrucción de esta cultura. La otra opción sería la elección individual, o sea, la huida personal hacia la locura a lo Hölderlin. El problema no es que la experiencia estética no sea posible, sino que al haber tantos estímulos, pierde su potencia y su valor. En medicina se dice que la hiperestesia es un síntoma que se define como una sensación exagerada de los estímulos, que propician una reducción en la capacidad de conducir impulsos sensitivos. Esto conlleva una hipostesia, es decir, una disminución de la sensibilidad, que finalmente conduce a la anestesia, que es la ausencia de sensibilidad, como la etimología griega nos muestra.

En un cuento popular llamado Pan con nueces[16], encontramos la historia de una reina de apetito voraz y gusto refinado que hace venir el mejor chef francés para saborear lo mejor de esta legendaria gastronomía. El cocinero le prepara un caldo de tuétano, que maravilla de tal manera a la monarca, que exige tomar cada día este plato a pesar de ser avisada de que esto arruinaría su fortuna, pues hay que sacrificar toda la vaca para conseguir el tuétano. Un tiempo después, la reina pierde efectivamente todo. Es entonces cuando prueba una sopa con picatostes de pan que, en la inmundicia, le parece incluso superior al tuétano.

Quiero significar con esta referencia que si la experiencia estética fue tan importante a partir del idealismo, es precisamente por su carácter único. Nos resulta difícil de imaginar, pero antaño, era imposible escuchar música en cualquier momento, o acceder a los más importantes museos. Un individuo acostumbrado a vivir en una naturaleza más o menos virgen que de súbito se encuentre con un objeto hecho por el hombre, quedará impactado. Si a la postre encuentra dicho objeto placentero, quedará maravillado. Si el mismo objeto es presentado en un contexto urbano, en el que el individuo tiene mil estímulos diferentes, probablemente el objeto permanecerá ignorado[17]. Dicho de otra manera, la experiencia estética ha perdido su fuerza. El problema es que se ha querido ver la experiencia estética como una droga (paraísos artificiales del simbolismo), y como cualquier droga, pierde su efecto con el abuso. Cada vez exigimos más, cada día nuestra vida es más abstracta y nuestro mundo más artificial, porque cada vez necesitamos más para sentir algo. Esto es la hipostesia, o la atrofia, o la anaesthetica a la que se refiere Welsch. He aquí la interpretación sobre Manquard que ofrece Molinuevo: “Marquard se rebela contra la instrumentalización escatológica del arte y su equiparación a la utopía, contra su papel de compensación conservadora, de reducirlo a una ancilla salutis[18]. No se trata de una concepción purista o puritana del arte, según la cual éste no debería tener utilidad, sino de una concepción de limpieza, de desintoxicación.



[1] "McDonald’s Momentum Delivers Another Year of Strong Results for 2011”, 24 de enero de 2012, http://finance.yahoo.com/news/McDonald-Momentum-Delivers-prnews-2702110553.html?x=0.

[2] No es sólo mediante la obra de arte que uno puede llegar a la experiencia estética: “L’esthétique dans cet autre sens implique l’art, mais ne le concerne pas exclusivement, puisqu’elle implique tout aussi bien les rituels sportifs ou religieux, les produits de l’industrie culturelle, d’Internet, l’être humain, ordinaire ou top model, etc. L’objet d’art est un objet comme un autre de l’expérience esthétique, un objet qu’il n’y a aucune raison de privilégier” (Chateau, D., L’expérience esthétique: Intuition et Expertise, Presses Universitaires de Rennes, 2010, p.32).

[3] Welsch, W., Äesthetisches Denken, Reclam, Stuttgart, 1993, p. 58: “Actualmente lo estético está presente por doquier, se ha convertido en un fenómeno clave de nuestra cultura. La estética ya no se reduce a la esfera del arte, sino que determina además el mundo de la vida política, la comunicación y los medios de la misma, el diseño y la propaganda, la ciencia y la teoría del conocimiento. La actualidad de lo estético presenta ante todo aspectos de primer plano: los individuos se presentan estilizados; la ciudad y el país son sometidos a una operación estética de cirugía facial; la política se hace cada vez más cosmética; la comunicación social apunta hacia la diversión; los medios de comunicación de masas presentan la realidad como una construcción estética… Pero la omnipresencia de lo estético tiene además un aspecto más profundo: la estética no sólo domina en la superficie, sino también en las estructuras de base. Nuestras formas de producción, nuestra comprensión de la realidad y nuestras formas de conocimiento ostentan rasgos estéticos en medida cada vez mayor”.

[4] Droit, R.P., Entrevistas con Michel Foucault, Paidós Studio, 2006.

[5] Baudrillard, J., La guerra del Golfo no ha tenido lugar, Anagrama, Barcelona, 1991, pp. 24-96.

[6] Molinuevo, J.L., La experiencia estética moderna, Síntesis, Madrid, 2002, p. 36.

[7] “La OMT prevé superar por primera vez los 1.000 millones de turistas en 2012”, 16 de enero de 2012, http://www.elpais.com/articulo/economia/OMT/preve/superar/primera/vez/1000/millones/turistas/2012/elpepueco/20120116elpepueco_6/Tes.

[8] Kant, I., Crítica del juicio, Austral, Madrid, 2007, §8, p. 140.

[9] “Apple Reports Fourth Quarter Results”, 18 de octubre de 2011, http://www.apple.com/pr/library/2011/10/18Apple-Reports-Fourth-Quarter-Results.html.

[10] Jauss, H.R., Experiencia estética y hermenéutica literaria, Taurus, Madrid, 1986, p. 57: “Mi tesis va dirigida contra ese purismo estético: el comportamiento placentero, que el arte provoca y posibilita, constituye la experiencia estética par excellence, que caracteriza tanto el arte preautónomo como el autónomo”.

[11] Cusick, G., “Music as torture / Music as weapon” en Transcultural Music Review, núm. 10, 2006.

[12] “Sesame Street breaks Iraqi Pows”, 20 de mayo de 2003, http://news.bbc.co.uk/2/hi/middle_east/3042907.stm.

[13] Cusick, G., Ídem.

[14] Kant, I., Íbid., §25, p. 182.

[15] Ni que decir tiene que el ideal schilleriano no se ha cumplido. Hoy vivimos en la caverna de la apariencia y sin embargo la felicidad no ha llegado (la droga de nuestro tiempo es el antidepresivo) y la civilización tampoco. En la guerra moderna no se lucha contra un enemigo con cara y nombre, sino contra una apariencia –v.gr. contra lo que muestra un radar-, y sin embargo nunca antes se ha matado tanto: “Cuando el fuego saltó a la parte trasera del Bosquecillo, la tropa se repartió por los embudos de los alrededores. Alumbrados por el resplandor de cohetes de color blanco, dispararon contra algunas sombras que atravesaban con rapidez la zona, pero no percibieron nada más”, (Jünger, E., “El bosquecillo 125” en Tempestades de acero, Tusquets, Barcelona, 1998, p. 231).

[16] V.V.A.A., “Pan con nueces” en Colección cuentos selectos Molino, Rústica editorial, años 50.

[17] Esto pone en apuros la concepción de arte de Benedetto Croce: “Diré, desde luego, del modo más sencillo, que el arte es visión o intuición” (Croce, B., Breviario de estética, Espasa-Calpe, Barcelona, 1993, p. 16). Las fronteras entre arte y realidad se han difuminado, luego si entendemos el arte como intuición, todo es arte, y eso choca frontalmente con la visión dogmática del arte que Croce expresa mediante un estilo oracular.

[18] Molinuevo, J.K., íbid., p.31

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