viernes, 1 de abril de 2011

Mallarmé según Valéry


En su obra Las palabras y las cosas (1966), Michel Foucault ofrece un recorrido histórico entorno a la relación entre palabra y cosa. Según dicho recorrido, en el medioevo, esta relación era tan fuerte que no existía diferenciación entre una y otra: palabra y cosa eran una y la misma cosa. En el siglo XIX, no obstante, esta relación otrora inexpugnable se torna caduca y ambos elementos empiezan a desligarle, para emprender una relación más liberal en la que la palabra hacía las de representante de la cosa, que a su vez desempeñaba el papel de referente. Pero el pensador francés explica que en la actualidad, el divorcio total entre palabra y cosa ha pasado a ser una realidad. No parece ingenuo pensar que Stéphane Mallarmé tiene mucho que ver con esto, al menos si leemos lo que Paul Valéry tiene que decir al respecto de su poesía:

No se trataba ya de un entretenimiento, siquiera sublime. Sino que, por encima de lo que se llama Literatura, Metafísica, Religiones, se le había impuesto el nuevo deber de ejercer y de exaltar la más espiritual de todas las funciones de la Palabra, la que no demuestra ni describe ni representa algo que sea: la que no exige, ni siquiera soporta, ninguna confusión entre lo real y el poder verbal de combinar, para algún fin supremo, las ideas que nacen de las palabras.

El lenguaje ya no es el sirviente de nadie y mucho menos lo es de una realidad que por una parte se vuelve decepcionante y por otra parte inalcanzable, inapresable. La cosa ha caído finalmente en las oscuras profundidades de lo inefable y, el simbolista de pro, lejos de alzar un lamento ante ello, se vanagloria construyendo su obra al margen de la realidad. Si todo lo que es real es racional y todo lo que es racional es real, como dijo Hegel, al simbolista no le interesa lo racional porque no le importa la realidad. La poesía ya no es una tarea ociosa ni un pasatiempo aristócrata, ni es un elemento didáctico, ni acerca al hombre al Ser de los entes (al menos no del modo en que se hiciera en la tradición). La poesía de Mallarmé rompe definitivamente con la realidad porque ya no sigue los desfasados patrones miméticos de la tradición artística.


Pero Valéry ya nos avisa de que la producción artística de Mallarmé está estrictamente sometida a patrones intelectuales que el propio autor construyó. En efecto, Mallarmé es un poeta que primero reflexionó rigurosamente sobre la poesía desde un prisma radicalmente crítico y filosófico; sólo a posteriori elaboró su poesía llevando al extremo la fidelidad a las conclusiones a las que le condujo su reflexión. ¿Pero, a dónde quiso llegar a parar Mallarmé? Dice Valéry que “la belleza es la soberanía de la apariencia”, es decir, la poesía y las emociones que ésta conlleva (también la belleza) tienen mucho -o todo- que ver con la forma. Lo importante del poema deja de ser el contenido y la manera en que está escrito es la que lleva todo el peso de la composición. La manera de expresar algo deja de pasar por la ardua e intelectual metodología de la descripción minuciosa de una realidad (naturalismo o realismo aquí quedan en entredicho). La nueva forma de expresión no puede hacer esto porque el lenguaje está agotado. La poesía de Mallarmé no dice, se limita a mostrar mediante la forma en que está escrito. Lo importante a la hora de expresar es la sonoridad de la palabra, o el efecto caligráfico que pueda producir, o la forma que puedan tomar los versos dispuestos de manera que acaben por dibujar el elemento que quiere ser expresado. Esto se ve claramente en los caligramas, donde aquello expresado cobra forma de dibujo, de manera que el significado de las palabras pasa a un segundo plano.


Juan Carlos Rodríguez, en su texto La poesía, la música, el silencio: De Mallarmé a Wittgenstein, explica que al contrario que Hölderlin o Schönberg, que señalaron la absoluta imposibilidad de expresión, para Mallarmé no hay nada que decir. Para expresar el absoluto de la nada, lo cual es, ya en la época de Mallarmé, algo impensable desde un lenguaje científico, metafísico o si quiera cotidiano, nuestro autor recurre a mostrar esa nada: “'decir la nada' es decir la Forma, insisto, la blancura en su plenitud total, etc. Decir la blancura es el silencio (…) La blancura no puede ser “dicha”, sólo puede mostrarse, la Forma no puede más que ser representada (escenificada)”1. La página en blanco, que es lo que sigue al poema, ese blanco absoluto es capaz de expresar precisamente la nada, aunque no decirla, pero sí ponerla claramente de manifiesto. No hay nada que decir, evidentemente, porque el lenguaje está agotado.


Cuando al final del texto Valéry dice que “las rimas, las aliteraciones, por un lado; las figuras, tropos, metáforas, por otro, no son ya aquí detalles y ornamentos del discurso, que pueden suprimirse: son propiedades sustanciales de la obra; el “fondo” no es ya causa de la forma: es uno de sus efectos”, refiere a la idea de que los recursos estilísticos han dejado de ser lo que da sentido al poema (“fondo”, en la traducción de Miguel Casado), pues ahora lo que da sentido al poema es la forma misma en que está escrito, y los recursos estilísticos clásicos vienen después: son elementos colaterales que produce la forma.

1Rodríguez, J.C., La poesía, la música y el silencio: De Mallarmé a Wittgenstein, Renacimiento, Sevilla, 1994, p.57

1 comentario:

  1. Una pregunta: las citas que haces de Valéry (la que empieza "No se trataba ya de un entretenimiento" y la integrada en tu texto, ya casi al final, que empieza "las rimas, las aliteraciones"), ¿de dónde las tomas? No das la referencia bibliográfica, como sí lo haces en el caso de la de J. C. Rodríguez. La alusión a "la traducción de Miguel Casado" me sugiere que quizá aludas, sin decirlo, a "Matemática tiniebla", que aún no he podido leer. ¿Es así? ¿Proceden de allí las citas de Valéry sobre Mallarmé? Gracias.

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