domingo, 6 de marzo de 2011

Nietzsche, arte, lenguaje y simbolismo



¡Qué irónico es que precisamente por medio del lenguaje un hombre pueda degradarse por debajo de lo que no tiene lenguaje!

Sören Kierkegaard

En El nacimiento de la tragedia (1872) Nietzsche se queja por no haber construido un lenguaje propio que se escape del convencional:

¡Cuánto lamento ahora no haber tenido el coraje (¿o la inmodestia?) de permitirme, a todos los efectos, un lenguaje propio para dar voz a esas intuiciones y audacias tan personales!... ¡Cuánto lamento haber buscado expresar, no sin grandes esfuerzos, recurriendo a fórmulas kantianas y schopenhauerianas, valoraciones y fórmulas nuevas y extrañas, radicalmente opuestas tanto al espíritu como al gusto de Kant y Schopenhauer![1]

La noción de genealogía del lenguaje está incardinada en estas palabras en la medida en que nos hablan de un desprecio por el lenguaje convencional como vehículo de expresión. En la genealogía nietzscheana del lenguaje encontramos un proceso mediante el que una experiencia subjetiva de un individuo es expresada verbalmente. Este sonido, con el tiempo, acaba por convertirse en una palabra articulada que es aceptada dentro de la comunidad de aquel individuo. Más tarde, aquella palabra se convierte en un concepto que se usa de forma convencional y todo el mundo conoce, aunque habiendo olvidado su génesis. La crítica de Nietzsche es que al expresarnos mediante el lenguaje convencional utilizamos palabras que alguien creó algún día para expresar lo que había sentido o experimentado individualmente. Pero esta –indebida- apropiación provoca que entre lo que sentimos y la forma en la que lo expresamos se abra un abismo que a duras penas uno puede salvar. Por esta razón Nietzsche hubiera deseado poder construir un lenguaje propio, que sería mucho más legítimo para expresar aquello que siente y que al sentirlo de manera individual sólo puede ser expresado mediante un lenguaje asimismo individual, aunque ningún usuario de la lengua pudiese entenderlo.

El movimiento simbolista, por su parte, tiene una concepción del arte muy cercana a esta idea. El artista simbolista tiene la voluntad de construir arte mediante símbolos, los cuales no tienen ningún tipo de significado convencional compartido con los usuarios de la lengua. Entendían los simbolistas que el uso del símbolo para expresarse era la única forma de poder expresar aquello que sentían y experimentaban de una manera individual. De ahí la profunda incomprensión y posterior rechazo que se siguió por parte de la alta sociedad “entendida en arte”. Pero Nietzsche ya nos hablaba de un “Dios-artista” en contraposición al Dios de la religión. Si Baudelaire explica su experiencia estética en el Tannhäuser de Wagner en términos religiosos Nietzsche hará lo propio pero respecto a la figura del creador. El cristianismo, dice Nietzsche, “advertía también desde siempre la hostilidad a la vida […] Desde sus orígenes, el cristianismo no ha sido básica y esencialmente otra cosa que náusea y hastío de la vida respecto a la vida”[2], y lo hacía mediante la creación de mundos alternativos o mediante el rechazo de la sensualidad. El autor alemán arguye que la concepción de la vida del cristianismo es fundamentalmente moral porque impone un importante catálogo de prohibiciones y normas que coartan la vida corporal y la desproveen de cualquier tipo de goce. Esto repugnaba a Nietzsche, por lo cual se propuso arremeter contra la moral mediante la postulación de una concepción de la vida alejada de ésta y que tuviera que ver con lo artístico, lo dionisiaco. La religión nietzscheana (si se me permite esta expresión que en principio pudiera parecer contradictoria) no tiene otro dios que ese “Dios-creador” y que es uno mismo. Puesto que Dios ha muerto, el mundo cristiano debe morir con él y por tanto la negación de la vida también. El hombre creador, el Übermensch, está llamado para romper con las convenciones lingüísticas y morales de la sociedad (o rebaño) porque ya no puede creer en ellas. Como Dios ha desaparecido, el sentido de la vida y del mundo también, de ahí que el individuo pesimista y nihilista deba encontrar el sentido en sí mismo, y no puede hacerlo de otra manera que creándolo, debe crear sus propios valores y su propio lenguaje, y ambos son estrictamente artísticos, pues el arte se escapa de estas convenciones dado que es capaz de expresar aquellas primigenias experiencias individuales inenarrables desde un lenguaje convencional –que es impropio en el sentido de que no es adecuado, pero también porque no surge de uno mismo.

Ante todo lo expuesto, Nietzsche acaba preguntándose si será necesario construir un tipo de arte que procure un consuelo metafísico para los hombres trágicos o nihilistas. Sólo un grande como Nietzsche podría haber dado respuesta a esto citándose a sí mismo –en Zaratustra- para decir que no, que el único consuelo está en reír y en bailar. Es probable que el simbolismo sí busque un consuelo metafísico cuando se apoya en la teoría de correspondencias de la física. Sea como fuere, la conexión entre Nietzsche y el simbolismo queda suficientemente legitimada.


[1] Nietzsche, F., El nacimiento de la tragedia, Alianza, Madrid, 1973, p.92.

[2] Íbidem, p. 91.

1 comentario:

  1. ¿Fue realmente Nietzsche un filosofo.....o era otra cosa?
    Un abrazo

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