jueves, 3 de marzo de 2011

El sentido del mundo en el segundo Wittgenstein


6.1251 Por lo tanto, en lógica jamás puede
haber sorpresas.
Ludwig Wittgenstein

En el prólogo a las Investigaciones filosóficas (1953) dice Wittgenstein que la filosofía que contiene el libro en cuestión pasa por ser un reconocimiento de los errores del Tractatus Logico-Philosophicus (1921). Este reconocimiento ya nos dice mucho sobre la filosofía del segundo Wittgenstein, pues la del primero destilaba un estilo oracular, perpetrado a base de afirmaciones lapidarias que parecían no permitir resquicio ninguno para la duda. El primer Wittgenstein nunca hubiera reconocido un error porque se tomó la vida demasiado en serio, así que podemos entender al segundo Wittgenstein como una humanización de la máquina de precisión que encontramos en el Tractatus. En el diario que escribió durante (y en) la primera guerra mundial encontramos una visión del mundo entre abyecta y vagamente esperanzada por un ideal religioso:
¿Qué sé sobre Dios y la finalidad de la vida? Sé que este mundo existe. Que estoy situado en él como mi ojo en su campo visual. Que hay en él algo problemático que llamamos su sentido. Que ese sentido no radica en él, sino fuera de él. Que la vida es el mundo. Que mi voluntad penetra el mundo. Que mi voluntad es buena o mala. Que bueno y malo dependen, por tanto, de algún modo del sentido de la vida. Que podemos llamar Dios al sentido de la vida, esto es, al sentido del mundo. Y conectar con ello la comparación de Dios con un padre. Pensar en el sentido de la vida es orar. (Diario filosófico, 8.7.16) Piénsese el mundo desde esta visión y se experimentará un incontenible apego al suicidio (como también lo percibiera el joven Wittgenstein). Nuestro judío vienés pensaba que el sentido del mundo (algo problemático, sin lugar a dudas) está fuera del mundo. Dicho de una manera más indigesta: vivimos en un mundo sin sentido (lo cual es en realidad muy lúcido si se piensa en plena trinchera). El Wittgenstein del Tractatus dice que el mundo es la suma de los hechos (y éstos están hechos a partir de cosas que interactúan y que forman lo que él llama estados de cosas) y no de las cosas. El lenguaje de la lógica, fiel reflejo de los estados de cosas, está constituido por proposiciones (que expresan hechos) formadas por palabras (que expresan cosas) que interactúan entre sí. Cuando uno se expresa mediante el lenguaje de la lógica lo hace con sentido o, al menos, con cierto sentido: para Wittgenstein, el único sentido del mundo lo encontramos en la lógica y por esa razón, todo lo que la lógica no puede expresar –que es aquello que queda fuera del mundo- no tiene sentido. Tiene sentido hablar de cómo el ciclo del agua transforma la nube en lluvia, porque lo observamos y podemos llegar a comprender de forma lógica. Pero no tiene sentido alguno hablar de qué hay después de la vida. La lógica puede describir el mundo (puede hablar de cómo es el mundo) pero no puede decirnos qué sea el mundo, pues ésta es una pregunta metafísica (o mística, para Wittgenstein) que va más allá del límite de la lógica. Pero el segundo Wittgenstein asume su error. Un problema de la filosofía del Tractatus es que convierte al ser humano en un androide o cyborg con el que es difícil relacionarse y en este sentido es muy ilustrativa la interpretación que Ernest Gellner nos ofrece: “He deals with all like cases in a like manner –that is his honour. Clearly, this is a trustworthy reliable man, but not exactly exciting and stimulating. You might be pleased to have him as your manager, but be less thrilled to find him your dinner companion” . Pero el gran error del Tractatus (que en el fondo lo hace más atractivo si cabe) es que Wittgenstein otorga un carácter predominante al lenguaje lógico con respecto a otros tipos de lenguaje que ni si quiera tiene en cuenta. Digamos que entiende la lógica como el único lenguaje válido, quedando los demás lenguajes en una situación de inferioridad. Por todo ello, lo que el segundo Wittgenstein anuncia es que no existe una relación jerárquica entre los lenguajes, pues cada lenguaje tiene sus propias reglas. En el pensamiento las Investigaciones filosóficas, el significado de la palabra deja de ser unívoco, como otrora lo fuera en el Tractatus. No existe ya un único significado para una palabra, no hay que entender el significado de la palabra sino que hay que saber darle un uso correcto con dependencia del contexto en que sea utilizada: el significado está en el uso (Gebrauch). Lo que se desprende de esta idea es que el significado –correcto- de una palabra nunca es en términos absolutos, sino en relación al contexto en que aparece. La palabra “comida” no significa exactamente lo mismo en el contexto de una fábrica alimenticia que en una situación como la que plantea la película ¡Viven!, o en la que encontramos en la cena familiar de Nochebuena. En este sentido el concepto de juego de lenguaje es muy importante: Me refiero a juegos de tablero, juegos de cartas, juegos de pelota, juegos de lucha, etc. ¿Qué hay común a todos ellos?-No digas: “Tiene que haber algo común a ellos o no los llamaríamos ‘juegos‘“-sino mira si hay algo común a todos ellos.-Pues si los miras no verás por cierto algo que sea común a todos, sino que verás semejanzas, parentescos y por cierto toda una serie de ellos. Como se ha dicho: ¡no pienses, sino mira! Mira, por ejemplo los juegos de tablero con sus variados parentescos. (Investigaciones filosóficas § 66) Lo que Wittgenstein quiere decir es que la palabra juego no intenta captar una esencia universal para todos los juegos, lo cual es difícil porque cada juego tiene unas reglas distintas: el enroque tiene sentido en el ajedrez pero no en el korfball. Lo importante es que no existe una esencia que todos los juegos compartan de manera universal, si bien es cierto –y Wittgenstein lo reconoce- que existen algunos rasgos que ciertos juegos pueden compartir con otros (pero nunca con todos). Wittgenstein llamó a este fenómeno parecidos de familia, el cual refiere a la idea de que los juegos pueden tener ciertos parecidos, de manera que el korfball y el ajedrez, pese a no compartir el enroque entre sus reglas, sí comparten un parentesco porque en ambos juegos se busca ganar. Wittgenstein, que era muy astuto, se apresura a decir en las Investigaciones filosóficas que no todos los juegos tienen por objetivo ganar: un niño jugando a tirar una pelota contra una pared repetidamente no está compitiendo. Sin embargo, el juego del niño comparte con el korfball que hay un balón, rasgo que no comparte con el ajedrez. Las consecuencias de este razonamiento son de una importancia de primera magnitud en el pensamiento de Wittgenstein, aunque de primeras no lo parezca. Si extrapolamos la idea de la ausencia de una esencia universal al campo del lenguaje, encontramos que no hay tampoco una idea o esencia de lenguaje que sea única en stricto sensu, sino que existen muchos lenguajes que si bien cuentan con ciertos aires de parentesco, no dejan por ello de ser lenguajes que se rigen por reglas diferentes. Esto significa que los lenguajes son inconmensurables: no se puede atacar un lenguaje desde las reglas de un lenguaje ajeno, pues para jugar a un juego debes aceptar las reglas –si no lo haces no estás jugando a ese juego-. De esto se sigue que la añeja y wittgensteiniana visión del lenguaje lógico como superior en jerarquía con respecto al resto de los lenguajes se torna caduca antes los ojos de su propio autor. Imagínese un diálogo entre un ingeniero aeronautico (como lo era Wittgenstein) y un místico hindú. Si hablan sobre animales el primero lo hará desde una perspectiva biológica occidental, tratando al animal desprovisto de alma, como una especie de mecanismo que se rige por ciertas leyes. El segundo sujeto, muy al contrario, dirá que tras la apariencia del animal existe una realidad (llamémosle alma) que es inmutable y eterna y que se rige por una serie de reencarnaciones que reciben el nombre de samsara. Hablan dos lenguajes diferentes y uno no entiende el del otro. El primer Wittgenstein hubiera estado del lado del ingeniero porque el lenguaje de la fría y desalmada lógica sería el único con sentido y por tanto superior a todos los otros lenguajes menores. El segundo Wittgenstein diría que puesto que hay multiplicidad de lenguajes y ninguno es superior o mejor que otros –pues son sencillamente diferentes-, cada sujeto tiene razón pero dentro de su propio lenguaje y jamás de una forma universal ni absoluta. Un dato hasta ahora obviado en este discurso pero de gran importancia y de no menos divertimento es que Wittgenstein fue durante toda su vida un individuo fuertemente marcado por el sentido religioso. El primer Wittgenstein, a pesar de repudiar lo místico demuestra que en realidad es lo más importante precisamente porque guarda un absoluto silencio sobre ello: respeta tanto lo metafísico que considera una falta de respeto intentar hablar sobre ello para acabar diciendo cosas absurdas. Pero éste era el primer Wittgenstein. El segundo tiene por fin el campo abierto para expresar lo místico desde un lenguaje místico, lo ético desde un lenguaje ético y lo lógico desde un lenguaje lógico. Es de suponer que de poder elegir, hubiera preferido poder demostrar la existencia de Dios mediante la lógica, pero todo parece indicar que al final se conformó con hablar de Dios con un lenguaje místico. Con todo, el viejo y humanizado Wittgenstein se abrió paso entre los mecanismos de la máquina de precisión que fue y al respirar el aire fresco encontró que el sentido del mundo estaba en el mundo. Sólo que el mundo no tenía por qué ser necesariamente lógico. Ahora ya estaba preparado para la poesía y el amor: “Romantics may be moderate and be willing to live and let live, saying to the cold calculators: You keep the economy and we shall have love an poetry”.

2 comentarios:

  1. puahhh!!!!!

    Sólo puedo decir esto. No lo había leído, lo he hecho ahora y me parece sencillamente impresionante, el mejor texto que he leído de tu pluma. Simple, con humor, claro, elocuente, sencillamente sobervio... espectacular, bestial.

    Mi más sincera y sonriente enhorabuena

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