viernes, 10 de diciembre de 2010

Una historia comparada de la caída, la angustia y la esperanza: ¿Existe una salida, hoy? (1 de 3)

RESUMEN

La finalidad del artículo consiste en proponer una posible salida (y para ello habrá que ver primero si existe tal posibilidad) al problema de la angustia hoy, para lo cual será necesario elaborar una historia de ésta y las diferentes fórmulas que se han dado para superarla, ligadas siempre al contexto histórico en que se perpetraron. Esta historia debe mostrar las diferentes formas de entender la angustia en el ser humano, desde la prehistoria hasta nuestros días y de una forma más profusa en la estela del pensamiento más ligado al protestantismo, por lo que el planteamiento kierkegaardiano (auténtico puente entre el humanismo medieval y el existencialismo del siglo XX) hará de piedra de toque para interpretar, mediante un estudio comparativo, las diferentes concepciones de la angustia aquí presentadas.

Palabras clave: Esperanza. Angustia. Muerte. Protestantismo. Existencialismo.

ABSTRACT

The purpose of the article consists in proposing a possible exit (and in order to do it, it will be necessary to first see if such a possibility exists) to the problem of the anguish today, to which it will be necessary to elaborate a history of this one and the different formulae that have been given to overcome it, always tied to the historical context in which they were perpetrated. This history must show the different ways of understanding the anguish in humankind, from the prehistory to the present day and in a more profuse form in the line of the thought most tied to Protestantism, because of which, the kierkegaardian approach (authentic bridge between the medieval humanism and the existentialism of the 20th century) will do of touchstone to interpret, by means of a comparative study, the different conceptions of the anguish here exposed.

Keywords: Hope. Anguish. Death. Protestantism. Existentialism.

Lo que embellece el desierto es que en alguna parte esconde un pozo de agua.

Antoine de Saint-Exupery

El viejo Aristóteles ya nos advirtió que “las mismas opiniones reaparecen periódicamente entre los hombres, no una vez, ni dos, ni unas cuantas, sino infinitas veces” (Meteorológica, I, 14). Por esta razón, cuando el hombre intenta explicar los misterios de los más bajos fondos de su existencia y de su condición misma, acaba por recurrir a las mismas ideas aunque revestidas de las más insólitas maneras. Cierto es que estas ideas, en ocasiones, cobran formas que parecen conducir el pensamiento por los vericuetos más oscuros e incomprensibles; pero en el fondo están expresando lo mismo. Cada ser humano piensa lo mismo bajo las circunstancias en las que vive, de suerte que un individuo prehistórico deberá hacerlo de forma mítica, un griego lo hará mediante el lógos, un religioso islámico con el Corán en la mano o un filósofo analítico mediante el lenguaje formal.

Puesto que el tema a tratar refiere a aquello que en los siglos XIX y XX se ha querido llamar angustia, y teniendo en cuenta que ésta existía en el hombre mucho antes si quiera de ser encajonada mediante el concepto, parece legítimo empezar hablando sobre lo que el mito tiene que decir a este respecto, para luego adentrarnos en la recepción cristiana –que viene a ser en buena medida, según veremos, la de Kierkegaard- y su posterior transformación en el siglo XX. No debería olvidarse, en cualquier caso, que el objeto del presente escrito es el de ofrecer al lector una forma actualizada de asumir la angustia (aunque no negándola ni suprimiéndola). Así pues, sumerjámonos en el mundo mítico, pues no es poco ni de escaso valor lo que tiene para ofrecernos en su seno.

El comienzo del drama humano tuvo lugar cuando Prometeo decidió engañar a Zeus y éste, enojado, procedió con el divorcio irreversible entre dioses y hombres. O, claro está, también pudo comenzar cuando Adán y Eva engañaron a Dios y éste, enojado, procedió de la misma forma que su homónimo Zeus. La historia es la misma en ambos casos: el hombre pasó de convivir con lo divino a sobrevivir en lo mundano, de suerte que lo que vemos en el mito es la expresión de una escisión fundamental entre lo humano y lo divino. En el mito encontramos una oda a la unidad, un grito desconsolado que lucha por un auto convencimiento de la no-escisión; en el mito dioses y humanos conviven, y asimismo vemos cómo la noche y el día o lo masculino y lo femenino todavía no han perdido aquella primigenia unidad. La función del mito aquí es muy clara, pues intenta convencer de que aquella escisión con lo divino no es tal. El filósofo español José Luís Pardo arguye:

Las historias de la tribu, el chamán que atesora las palabras mágicas que proceden del tiempo sagrado en el que los dioses y los hombres hablaban aún el mismo idioma […], todos ellos no hacen otra cosa que rellenar la grieta[1] abierta en el ser por el inicio de los tiempos.[2]

El mito se obstina en permanecer ajeno a la escisión, y es por eso que se sitúa en lo ante-pasado (antes de cualquier pasado), porque de esta manera hace desaparecer las heridas causadas en aquel brusco acontecimiento. El mito devuelve al equilibrio de los dioses con las bestias, al de lo sagrado con lo profano, al de lo mortal con lo inmortal y, sobretodo, al de lo eterno con lo temporal pues, como dice Pardo, “así se evita el paso del tiempo”[3], lo cual viene ser un antídoto perfecto para lo que Kierkegaard llamó desesperación. En efecto, mientras el hombre esté fuera de la temporalidad –tal es el caso del mito- no tiene nada que temer, pues se sitúa en la esfera de lo divino. Para Kierkegaard, el hombre que desespera es aquel que no ha aceptado su verdadero yo, es decir, aquel que no aceptado a Dios como parte fundamental de sí mismo. Por eso dice que una vida desperdiciada es aquella

del hombre que nunca se decidió con una decisión eterna a ser consciente en cuanto espíritu, en cuanto yo; o lo que es lo mismo, que nunca cayó en la cuenta ni sintió profundamente la impresión del hecho de la existencia de Dios y que ‘él’, él mismo, su propio yo existía delante de este Dios.[4]

Solo cuando el hombre se humilla y vuelve con ademán humilde al reencuentro con Dios puede rellenar aquella escisión que se generó en la caída del paraíso, por esta razón Kierkegaard explica que el hombre natural (en contraposición al cristiano) no admite ser sí mismo, porque no da permiso a Dios para completar el vacío que en él existe desde el divorcio. Lo que aquí ocurre es que Dios se enfadó con el hombre porque éste actuó con avaricia y con mentiras (es decir, actuó como hombre) y lo despojó de su bien más preciado, que es Dios mismo. Por esta razón el hombre es un ser caído, porque está siendo castigado: el infierno es la tierra. En la tierra el hombre pasó hambre, frío, sintió el dolor, la enfermedad y la sed; y todo esto por una sencilla razón, a saber, porque quedó el hombre solo en el mundo, desamparado y desprotegido en tanto que había perdido a Dios. Si vamos a la biblia encontramos en el evangelio según San Juan que “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor” (Jn 4,8), lo cual significa sencillamente que Dios nos proporciona la cohesión que nos falta, esto es, cuando el hombre acepta el calor divino como parte de su ser, entonces y solo entonces deja de estar solo, pues el amor es precisamente compañía, apoyo, relación. Al fin y al cabo, lo que Kierkegaard –como la biblia- nos enseña es que Dios está dando una lección al hombre. En palabras de ese gran poeta que es Jaime Gil de Biedma, “para saber de amor, para aprenderle, haber estado solo es necesario”[5], es decir, y en términos cristianos, para aprender a amar (que es precisamente lo que Prometeo, Adán y Eva demostraron no saber, andándose con engaños y tretas), Dios mandó al hombre a la soledad, para que aprendiera a valorar el amor, o sea, la unidad, la cohesión.

En el mito somos espectadores de una lucha encarnizada contra la diferencia, que por descontado está impulsada por el miedo. La tribu tiene medio de la diferencia y por eso el pensamiento mítico no discrimina, por ejemplo entre naturaleza física o la naturaleza mágica. La naturaleza, que es física, se encuentra a su vez poblada por seres mágicos y espíritus que repercuten –físicamente- en la vida de la tribu. Por eso el mito es tan importante, porque mostrando una historia sin fisuras, y siendo un elemento que pasa de generación en generación, asegura la unidad misma de la tribu. Por otra parte, y como dice el propio Pardo, de esta manera se libra el hombre de vivir en el tiempo, y es que situándose en un momento anterior a éste, deja de correr y por tanto el consuelo ante lo inevitable parece asegurado.

Lo que ocurre es que la escisión fundamental se reabre tan pronto como el mito deja paso al pensamiento racional: el idealismo platónico o el esencialismo aristotélico nos presentan una concepción del ser bipolar. Pero más de veinte siglos después llegó Hegel y con él se curaron todas las heridas del ser, en tanto que el espíritu absoluto devolvía al hombre a la unidad que nunca debió abandonar. La primerísima reacción a esta idea vino de mano de Kierkegaard, quien a pesar de estar de acuerdo con volver a aquella unidad primigenia, nunca llegaría a aceptar hacerlo mediante especulaciones teóricas. Dice Kierkegaard en clara referencia al idealismo alemán en general y al pensamiento hegeliano en particular que

el modo de hablar acerca del cristianismo de que hacen gala los creyentes sacerdotes, intentando ‘defenderlo’, o transponiéndolo en ‘argumentos’, cuando no hacen otras chapuzas como la de apresarlo en ‘conceptos’ […] Y ésta es cabalmente la razón de que la cristiandad esté tan lejos de ser lo que se llama[6],

es decir, la desesperación no se cura con unos pocos argumentos bien trazados, sino con algo mucho más sencillo como es la fe. Digamos que la tarea de Kierkegaard es la de volver a abrir la herida del ser y para ello nos presenta un individuo (Kierkegaard es protestante y por tanto, el sujeto individual es el que cuenta) desesperado precisamente porque se encuentra escindido, porque le falta una parte de su ser. Pero Kierkegaard nos da también una receta sencilla para volver a cerrar la herida: el hombre desesperado tiene una salida a su disposición, que es la de aceptar lo eterno como parte fundamental de su ser, admitir la presencia de lo divino en su interior o, en una palabra, aceptar a Dios. En este juego el hombre vuelve a estar desesperado –como cuando fue expulsado del paraíso-, pero sobretodo solo en el mundo, y su única salvación es la de humillarse y volver a los brazos de Dios; ésta es la única vía que existe para que el hombre.

Pero, aquí llegados, conviene esgrimir una pregunta fundamental: ¿por qué la angustia es un término central en la filosofía de los siglos XIX y XX? En la obra de Kierkegaard encontramos una posible respuesta, cuando arguye que la época que vive está atravesada de lleno por la especulación teórica. Parece claro que la venerada diosa Razón ilustrada causó estragos en el sentir general de la población europea, en el sentido de que el gusto por el razonamiento hundió en el olvido la creencia mitológica y por tanto, el hombre empezó a preguntarse qué sentido tenía su existencia si ya no le hacía falta recurrir a Dios. Esta fe en la razón lleva de súbito a una descreencia de lo divino y por ende a una disminución prácticamente irreversible de la vida espiritual del individuo:

¿Cómo se podrá encontrar en todo el mundo una conciencia esencial de pecado, cuando la vida humana se ha hundido de una manera tan lamentable en la mediocridad y todos, como monos de imitación, desean ser como “los demás”, hasta tal punto que casi es imposible llamar a eso vida? [...] ¿Cómo una vida humana ha podido llegar a ser tan inespiritual que sea imposible aplicarle el cristianismo[7]

Una falta fundamental de espiritualidad se traduce por una falta de Dios, esto es, por no asumir ese espíritu que es Dios mismo como una parte fundamental del yo del


[1] La bastardilla es mía.

[2] Pardo, J.L., La metafísica. Preguntas sin respuesta y problemas sin solución, Pre-textos, Valencia, 2006, p.44.

[3] Íbid., p. 45.

[4] Kierkegaard, S., La enfermedad mortal, Trotta, Madrid 2008, p. 48.

[5] Gil de Biedma, J., Pandémica y celeste en Antología poética, Madrid, Alianza, 1981.

[6] Kierkegaard, S., íbid., p. 135.

[7] Íbid., p.132.

3 comentarios:

  1. Demasiada angustia para mi
    Lo cierto es que tu texto es mas que interesante....pero...y ese final abrupto?
    Un abrazo

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  2. juanjo eres el unico q me lee! jaja

    pues es que es un articulo y lo voy a dar en tres entregas!!!;)

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