lunes, 26 de julio de 2010

El silencio de un judío vienés


Que Kant no encuentre un camino para llegar a la totalidad del ser puede deberse más a una necesidad o a un sentir sociológico e histórico que a una evidencia natural o epistemológica. En efecto, Kant escribe su obra antes de 1789, esto es, antes de que el burgués (que no es un aristócrata) corte la cabeza a Luís XVI. Así, Kant encuentra su vida atravesada por la inconsciente idea de que la existencia, el ser, es algo a lo que no se puede llegar, o que por lo menos no le está permitido el acceso al pueblo llano.
Unos años más tarde, Hegel, que curiosamente es llamado el filósofo de la revolución francesa (pese a ser alemán), para satisfacción de la metafísica occidental se inventa un sistema aparentemente perfecto donde por fin, el ser humano tiene acceso a la totalidad de lo real. Recordemos que tanto Hegel como Kant son burgueses, pero dos épocas diferentes hacen surgir en ellos una mirada ontólogica de diferente calado: el primero mucho más optimista que el segundo (lo cual, ya puestos, pueda explicar esa fe ciega en el progreso de la historia). Dicho esto, ofrezco a continuación una cita de Ernest Gellner que quizás arroje algo de luz sobre el tema (Gellner, E., Lenguaje y soledad
, Síntesis, Madrid, 2002, p. 46):

"El hecho de que el punto de vista atomista fuera formulado antes de que fuera vivido puede ser entendido como un signo de su carácter artificial e incluso patológico. Primero vivir, después pensar: aquellos que necesitan pensar a fondo su identidad antes de vivirla revelan su incompetencia para la vida. La nobleza se expresa en la prioridad del ser sobre el pensar, el cual no es más que un adorno, nunca un refugio o fortificación. Los aristócratas siempre son, los advenedizos tienen que hacerse, sólo los desarraigados tienen que razonar su identidad. Tal sería, de algún modo, el punto de vista 'orgánico'".


Según lo dicho, vaya por delante que queda perfectamente explicado, al menos desde esta vertiente sociológica, o esta mirada profunda que viene desde fuera del propio lenguaje filosófico (en su sentido más puro), que Kant o Hegel muestran una especie de debilidad de espíritu al intentar razonar su propia existencia: según este punto de visto "orgánico", lo que hace tanto uno como el otro (aunque Hegel con mayor éxito), acaso sea una suerte de justificación de sus existencias no aristocráticas, innobles. Si esto es así y trasladamos el tema a Wittgenstein, el problema parece volverse más complejo. Una razón muy evidente ya de entrada: este judío vienés, en primer término vive una infancia de élite pero luego repudia tal estatus, así que su visión del mundo ya no responde a una psicología tan "plana" como la de sus anteriores. Pero lo fascinante va más allá: Wittgenstein, pese a renunciar a su herencia, pese a tener que abandonar Austria, pese a tener que vivir en un país ajeno al suyo, no tiene ninguna necesidad de justificar su existencia; una existencia que por lo demás no parece que para el propio Wittgenstein, ese repudiado judío suicida, tenga un gran valor. Pues bien, digo aquí que a pesar de lo dicho, su grandeza estriba en que no tiene ninguna necesidad de autojustificar su existencia ni de "llegar a ser" (ese es un lenguaje muy hegeliano) nada. El silencio será toda su bandera. Al menos para el primer Wittgenstein.

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